jueves, 19 de julio de 2007

40

Hace unos días cumplí 40 años y siento algo así como la necesidad, obligación o simple parejería de escribir al respecto. Mi llegada a la edad mediana, la mediana edad o lo que sea me ha tomado por sorpresa. Supongo que es igual para todo el mundo, pero como mi vida es una experiencia mía e intransferible, me sorprendo como solo yo lo hago. Es decir, lo hago con mi propio cuerpo y mente y si me apuran y me presionan también el alma, aunque no haya descubierto donde se aloja esa escurridiza. Si no existieran los espejos y uno anduviera con gríngolas por la vida, observando todo como a través de un tubo, el tiempo no tendría mayor importancia, por lo menos en lo que respecta a la percepción de uno mismo. Quizás lo notaríamos eventualmente cuando subimos la escalera muy rápido o cuando empezamos a estirar el brazo para leer. Eso si no tuviéramos hijos, porque tener hijos resulta el reloj más poderoso que se nos haya ocurrido inventar, por los horarios implacables primero y por los cambios sustanciales y rápidos que se suceden ante nuestros asombrados ojos, segundo y para siempre.

Siempre me pregunto como es que habitando un cuerpo que cambia tanto a lo largo del tiempo, seguimos siendo los mismos. Desde un punto de vista filosófico ¿una oruga es lo mismo que una mariposa? ¿Una larva acuática carnívora es lo mismo que un mosquito tomador de savia? Me temo que no y seguimos insistiendo en ser “nosotros mismos” durante toda la vida sin tomar en cuenta la metamorfosis que constantemente estamos viviendo, aunque no tan dramática como la de los insectos, es verdad.

Cuando era niña mi conciencia del “mimisma” era ilimitada. Me fundía en el mundo como si yo fuera una media que se pudiera voltear a cada rato. Yo era lo mismo que mi mamá, o mi perro. Jugaba muy en serio y la vida y el juego no se diferenciaban, yo era un árbol, un pájaro o un tigre con una facilidad que solo se puede calificar de infantil. Con el tiempo me hice conciente de que era persona. Yo creía, de verdad lo creía, que era solo persona, o bueno, personita, están bien. Mi mamá solía decir que muchacho chiquito no es gente, quizás tenía razón.

Cuando tenía seis o siete años y descubrí que había diferencias sustanciales entre niñas y niños, me sentí estafada. No comprendía muy bien como era que esa culebrita lánguida entre las piernas podía ser tan poderosa, pero lo intuía. Y por supuesto quise ser niño, un deseo nada original por lo que he oído. A mi hermano no le ponían zapatos de patente ni faldas incómodas. A él lo dejaban martillar y montarse en los árboles, jugar con el perro y ensuciarse. Caerse a puños con el vecino y hacer excursiones a la selva. La vida de los niños era más interesante. Y claro que estaba mi papá. Mi súper papá que viajaba con nosotros por toda Venezuela enseñándonos geografía y ecología. Construía un clavecín y nos hacía cosquillas. Era un gran científico que iba al Amazonas y descubría cosas maravillosas. Yo definitivamente quería ser niño para ser un hombre como mi papá. Hice que mi mamá me cortara el pelo, me inventé un perro imaginario con quien ensuciarme de lo lindo, me convertí en una disidente por defecto a todo lo establecido y a falta de experiencias más intensas me dediqué a leer. Con eso solo logré saber más, querer leer más, adquirí la certeza de que la vida es “algo más”, pero no convertirme en varón. Seguí siendo la niña flaca y despelucada de siempre. Hasta que me desarrollé.

Me desarrollé tarde. Cuando todas mis compañeras del colegio ya ostentaban pechos, nalgas y novios de mujer chiquita, se saltaban las clases de educación física porque tenían la sangre mensual, yo seguía siendo el ratón esmirriado, flacuchento y desteñido de la infancia. No les tenía envidia. En algún lúcido lugar de mi profunda ignorancia sabía que el día llegaría y que mientras más tarde mejor. Ya empezaba a sospechar, no tenía muchas ganas de convertirme en mujer por razones que todavía no entendía del todo.

A los 15 años, tres días después de mi cumpleaños, un domingo pesado y caliente, finalmente supe que el día había llegado. Perdí un poco la inocencia ese día. La mancha roja en mis pantaletas de ese primer día, parecía a una flor. Nada más lejano de la realidad. Ya te fregaste, te hiciste mujer, fue el comentario de mi mamá cuando se lo comenté. Cuando leí acerca del ciclo menstrual en libros un poco más serios, aprendí que las paredes uterinas se desprenden mensualmente, luego de engrosarse esperando un embrión. Interpreté a mi modo un poco infantil, que las mujeres tenemos una herida en el centro del cuerpo que sangra todos los meses porque no termina de sanar. Todo me pareció un misterio en aquel momento, me lo sigue pareciendo.

Mi cuerpo, por supuesto, cambió. Mis pechos se convirtieron en unas protuberancias volcánicas, pequeñas, cónicas (cómicas), desafiantes. Mi pequeña cintura alojaba un ombligo largo que parecía el ojo de una cerradura y terminaba enmarcada por una cintura de curvas absurdas. Mi trasero se transformó en una esfera altiva, un pedazo de redondez asombrosa. Me sentía incómoda con mi cuerpo, no terminaba de encontrarme entre sus curvas. Pero mas me incomodó lo otro, el cambio en las miradas. Las miradas de los hombres eran distintas, percibía algo animal en ellas que no comprendía. Una tarde, estando en el automercado con mi mamá sentí que alguien me miraba por la espalda, era una mirada intensa, pues la percibí antes de voltearme. Cuando lo hice, vi un hombre mirándome las nalgas de una manera tan intensa que sus ojos parecían mas bien manos tocándome sin yo permitirlo. El miedo a esa mirada fue tan animal como la mirada misma. Esa noche soñé que el hombre me perseguía con un cuchillo y me cortaba las nalgas como quien le corta los cachetes a un mango y se las comía, chorreando en sangre, goloso.

Cambió mi cuerpo ¿yo cambié? Está claro, bueno, más o menos, que no soy el recipiente que me porta. Que no hay que confundir el mensaje con el mensajero, que como dice mi hijo Mateo, filósofo natural, uno es lo que está dentro de esa caja que llamamos cuerpo. Pero cambia el cuerpo y uno cambia también. ¿Y si la cosa fuera como con los insectos? ¿Recuerda la mariposa que fue oruga? ¿Las experiencias de la larva acuática le sirven al mosquito para vivir? Los psiquiatras no tendrían de que comer si no fuera así. Hay un hilo conductor, una continuidad del ser que hace que seamos capaces de recordar olores, colores, instantes como fotografías de la infancia, como si a pesar de tanto cambio en esencia fuéramos los mismos. Será la mente, será la conciencia, será el alma, eso se lo dejo a otros para resolver, yo sigo en lo mío.

Que confusa es la etapa reproductiva. Y aclaro, por si acaso, que aún mi cuerpo insiste lunáticamente en que sí puedo ser madre de nuevo. Repite y repite ese ciclo equivocado de fertilidad mensual que ¡que cantidades de dolores de cabeza nos trae! Mi útero hace nido y yo le hago caso omiso, gracias a mi solidario esposo que se hizo la vasectomía y el sexo por fin es una fiesta sin mayores precauciones ni sustos. Es mi alma (o mente o conciencia) la que no quiere. La etapa reproductiva es demasiado larga, comienza muy temprano y se extiende más allá de lo razonable, por lo menos en lo que a tener hijos respecta. El sexo en ese período se convierte en motor y búsqueda. En una edad en que no se entiende nada, ya nuestro sexo anhela fundirse, quemarse, con el objetivo biológico de procrear, con el objetivo inconciente de completarse, con el objetivo concreto de gozar. Y cómo tarda la experiencia en darnos las satisfacciones buscadas, en cuanto al disfrute, porque en cuanto a la procreación…nos toma por sorpresa aún cuando sea racionalmente calculada.

Tanta tontería y tanta importancia que le damos al cuerpo en esa etapa. El atractivo sexual es primordial. La mirada a través de la mirada del otro. La celulitis está prohibida, cualquier redondez inapropiada es execrable, las tetas deben ser perfectas y erectas. Yo rogaba avergonzada por la luz apagada y me miraba de reojo en el espejo (aún lo hago, la fuerza de la costumbre) para no ver de frente lo que me hacía arrugar el entrecejo (execradas las arrugas también). Lo pienso ahora y me atraganto de la risa. No se si será una adaptación biológica a lo que es del todo inevitable, a pesar del Botox, el silicón y cuanto pereto se nos ocurre implantarnos, plancharnos o suprimirnos. O es simple resignación. Lo cierto es que a los cuarenta la celulitis no me importa (no tanto como a los 20 cuando no tenía), las tetas son como son, la curva de la felicidad (la lipita) es exactamente eso, de felicidad y las arrugas la constancia de que uno se ríe. Como chocolate sin culpas y hago el amor a plena luz.

Sin embargo en aquel entonces todo eso si me preocupaba, pero no tanto. Para mí más importante que eso seguía siendo ser como mi papá. Ya no estrictamente a lo que el género concierne, sobretodo después de la tremenda traicionada que nos echó. Pero si en relación a la independencia, capacidades intelectuales y posibilidades de la aplicación del libre albedrío. Me dediqué esforzadamente a aprender el sexo y a diferenciarme de mi mamá, a quien consideraba víctima de una vida autolimitada. Me fui de mi casa, estudié exitosamente una carrera universitaria, me casé (y me descasé varias veces) y tuve hijos. No en ese orden, para el dolor de cabeza de mi familia, amante del orden socialmente correcto. Pero como el orden de los factores no afecta, demasiado, en desenlace es más o menos la historia de siempre.

La maternidad es otro de los temas inevitables en la metamorfosis que es doloroso y sorprendente. Tengo dos hijos, una bella morena de casi 14 años y un catire dorado de casi 10. Tener hijos es lo más definitivo que he hecho en mi vida. Es el verdadero “hasta que la muerte nos separe”. Ha sido fuente de conflicto permanente (conmigo misma), de pequeños placeres cotidianos y amor intenso. De asombro continuo y un caudal infinito de necesidades que suplir. Perdí mi unidad como persona cuando di a luz a Zoé. Fue como perder un brazo, y que ahora anduviera caminando por ahí, viviendo su propia vida. Nunca he vuelto a ser una persona completa desde entonces. Gané sin embargo, un ancla y un centro. Suelo decir que estaría loca de remate si no tuviera hijos, caminando descalza en quien sabe que desierto. Ya cuando llegó el segundo, Mateo, había perdido todo lo que había que perder y todo fue ganancia si exceptuamos lo económico (que caros son los hijos). Sin embargo, el amor ganado es la mayor de las ganancias (y que valga la redundancia), a pesar de las pérdidas, como dice Manolito.

Ahora los niños están grandes, he ido y venido en grandes y pequeños amores, la gravedad ha hecho su trabajo en más de un aspecto, me he reído (y he llorado) bastante, por lo que el botox podría ser, según algunas personas allegadas, necesario (a mi eso me da mucha risa, cosa que no contribuye). Comienzo a necesitar lentes para la presbicia y las canas poblaron mi cabeza. Tengo cicatrices por haber vivido y parido. Ya no peleo como si en ello se me fuera la vida. He dejado un trabajo intelectualmente satisfactorio por uno de sustos y libertades que me hace feliz. Estoy viviendo la maravilla asombrosa del amor grande, maduro y recíproco. Tengo una tercera hija que no parí yo pero que añade un extra de locura y cariño a la casa. Tengo un perro con el pelo al revés y un gato cariñoso. Vivo junto al mar. Y tengo 40 años.

¿Sigo siendo la misma? Si y no. Ya no quiero ser hombre, y menos como mi papá que vive lejos de su gente huyéndole a los fantasmas que él mismo construyó (los fantasmas se metieron en su maleta y viajaron con él). Sigo queriendo diferenciarme de mi mamá, queriéndola mucho, ya no por las mismas sinrazones, simplemente por cariño y porque soy distinta a ella. Sigo siendo desordenada (pero ya no siento tanta culpa por ello). Sigo odiando las labores domésticas. Me tiño las canas porque una dosis de contradicción no es mal de morir y es signo inequívoco de que se está vivo. Sigo fundiéndome con la brisa y con el árbol, con el tigre y la sal del aire cuando quiero, pero ya con conciencia feliz de saber exactamente quien soy. Sin confusiones ni luchas.


Me estoy poniendo vieja….gracias a dios.

10 comentarios:

susana dijo...

Sabes?, me alegro tanto que estés contenta con la edad que tienes, con los sueños alcanzados y vividos, con el presente que te hace estar segura, siempre te admire desde que estudiábamos en la universidad, y ahora después de leerte te admiro mas, un beso TQM. Susana Ornelas

carla dijo...

A mi tambien me preocupaba mas aquella celulitis inexistente de los 20, que la muy evidente de mis casi 43, y eso que tu me conoces y sabes que la aceptacion de mi misma anda rondandome pero aun no me alcanza. Feliz cumpleaños mi amooooor!!!!!

pochogarcés dijo...

Pues no imagino una vida sin orugas ni mariposas! temprano supe que no tenia tetas (ni las tendria) por lo cual me alegro hoy. Pero que bien se siente saber como ha vivido otro!
Que hermoso relato, proveedor de savia!
un beso.

Victoria dijo...

Feliz Cumpleagnos!!
Tanto tiempo sin saber de ti y encontrarme de repente con este texto fue perfecto, la materia prima es la misma, es divertido.

Un beso Muy grande Anne y seguire leyendote.

(yo tambien tengo un blog ahhh y una hija)

Anne-Marie Herrera Nälsén dijo...

que rico recibir comentarios de las amigas y los amigos. Me encanta saber de ustedes.
Vicky, vi tu blog y me encantó. Me sorprende que estes es NY.
Besos a todos y gracias por estar alli....

Luisa Elena Sucre dijo...

Hola Anne Marie, soy tu prima María Eugenia Sucre. Te felicito, tu texto es excelente y muestras una madurez y un estilo de escritura delicioso. Fué muy sabroso pasearme por tus 40 años y te agradezco haberlos compartido conmigo. Recibe un fuerte abrazo y besos a Zoé, Mateo, Gun Marie y el resto de la familia

Anónimo dijo...

An-Marie, estoy llorando de risa y de gusto por tu descripcion,fue lo que tambien senti en mi adolesciencia,y en mi madurez...ahora vejes sin ser valiente como tu...a pesar de lo que se pueda creer que es triste es muy ...muy reconfortante eres un ser muy especial , eres...todas nosotras...con humor,te quiero Diana Andrade,Agua viva, me encantaría intercambiar contigo, mi correo es: dianaguaviva@hotmail.com

Anónimo dijo...

Hola Anne,
Que no te conozca no es lo me sorprende, lo que me sorprende es que no se como vine a dar a tu pagina, ni tampoco se lo que me impulso a leer esta historia en particular, lo unico que se es que estoy llorando como una "gafa" luego de leerla.


Y por eso senti la necesidad de decirte que a pesar de que no tengo hijos y estoy lejos de cumplir 40, tu historia me llevo en un viaje largo y bonito. Un viaje casi real, que creo que ya habia hecho. Senti que tenia hijos y los veia creer, senti que me habia casado, descasado y recasado y senti que cumpli 40. Me senti de 40 con solo tener 26, lo mejor de todo es que me senti feliz, como tu.

Solo quiero agradecerte por llevarme en ese viaje. Que bella historia!

Anónimo dijo...

Hola Anne Marie: tenemos 35 años que no nos vemos, así que comprendería perfectamente que no te recuerdes de mi. Mi nombre es Raquel Requeijo y jugábamos juntas con tu hermana María Teresa en la casa de tus abuelos Nalsen pues mi mamá trabajaba para ellos así que vivíamos allí. Leí tu ensayo sobre llegar a los 40, tu descripción sobre el viaje por la vida hasta esta edad es sencillamente impresionante, también me siento así, sin embargo siempre he sido una rebelde, a veces con causa otras sin ella, asíque no me resigno a ver como nuestra sociedad sigue siendo machista y como los hombres de 40 tienen libertades, prioridades que esta misma sociedad se encarga de luchar por negárnosla. Femisnista? si quizás tengo mucho de eso, pero desde que tengamos que amarrarnos un sostén al pecho hasta ver como muchas mujeres son abadonadas con hijos pequeños por sus parejas, sin que pase nada... no me resigno... tener 40 es una bendición, para darnos cuenta de lo increible y maravilloso que es ser mujer y de todo lo que hemos alcanzado con una sociedad casi en contra. saludos

Anónimo dijo...

Anne-Marie,

Eras un niña preciosa, fuistes una joven tambien preciosa y todo parece indicar que has llegado a la madurez manteniendo esa belleza!! Conoci a tus padres tambien, y tengo seguridad plena que *ambos* te aman inmensamente, la vida a veces hace jugadas en las que quedamos inmersos, cambian el rumbo de la vida, dejamos parte de la vida... tomamos rumbos nuevos... Muchas veces ni siquiera lo entendemos nosotros mismos... Tienes que esperar otros 20 años y quizas asimiles la *aparente* perdida que te causa duelo.

Un beso