martes, 1 de diciembre de 2009

Amor on/off


El amor, en mi opinión, es una función binaria. Lo es todo o no es nada. Me cuesta mucho pensar en un gradiente de amor. Mayor que, menor que, en términos matemáticos o peor aún: porcentajes (te amo al 30%). Pero hay que reconocer que el tema es complicado, complejo al menos. Soy de la escuela de la fierecilla domada de Shakespeare (no por la obediencia ciega, sino por la confianza): yo lo amo tanto que si me pidiera que pasara la lengua por el suelo, lo haría sin dudar, por otro lado puedo vivir tranquila, pues yo se (estoy segura) de que me ama tanto, que no me lo pediría (a menos de que fuera cuestión de vida o muerte, en cuyo caso lo haría sin titubeos y vuelta al comienzo).
En estos días me ha tocado lidiar con los bordes filosos de amor y todos tienen que ver con esa doble vía: dar y recibir (y el fantasma que la persigue: las expectativas). Es un frágil equilibrio en el que me desbarranco con facilidad. Afortunadamente para mi, no me ocurre en la pareja, sino en la amistad.
Sufro de empatía, y en mi caso es una especie de compulsión que debería controlar, pues me quito con excesiva facilidad mis propios zapatos para ponerme los ajenos aunque me queden grandes (o peor aún, pequeños). Doy con mucho más facilidad que recibo. Mi terapeuta me dice que debo medir lo que doy, pues soy una desmedida y corro el riesgo de quedarme vacía. Podría pensarse que no recibo con naturalidad porque les tengo pavor a las deudas afectivas, pero no es así. A lo que verdaderamente temo es a la desilusión, si el que da cree que crea una deuda al darme, ya me desilusiono, pues yo no funciono así, la manipulación me da flojera. También podría explicar que mi mamá me repitió infinitas veces cuando era chiquita que soy la persona más egoísta del mundo, pero es tonto pasarse la vida tratando de probarle a tu madre que está equivocada. Por lo pronto voy sacando mis propias conclusiones: no pido nada que no esté dispuesta a dar…esa la tengo fácil, pues dar es lo que me es natural. Pedir sólo lo que uno sabe que el otro puede dar es sensato y considerado. Me parece que debo empezar a dar sólo lo que estoy dispuesta a pedir…ya la cosa se pone mezquina y empiezo a arrugar la nariz. Pero ya me enredé. Si para dar hay que sacar tantas cuentas, medir, planificar y calcular, boto tierrita y no juego más. Las matemáticas me apasionan pero en el plano estrictamente abstracto. Mejor aún: sigo jugando y me sacudo el polvero cuando me desbarranque por ahí.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Controlando




5:45 am. Me levanto con cierta flojera pues se que desde hace tres días no hay café en la casa. El síndrome de abstinencia me golpea mientras preparo un pobre sustituto: té verde (que me encanta en si mismo no como sustituto del café). Le llevo una taza humeante a Tadeo a la cama y cuando lo despierto, nota inmediatamente (de manera olfativa pues no abre del todo los ojos) que no le traje café sino té y lanza un quejido adolorido….otra mañana sin café.

Definitivamente el café es una droga a la que soy adicta, además del chocolate. Y por fin se lo que es “controlar”. Mi hija me mira con asombro cuando me paro en cada bodega y pregunto esperanzada: ¿hay café? En todas me miran con sorna.

He comprado los sustitutos químicos infames, que quisieran en alguna vida pasada haber sido café. He pagado hasta 631% su valor, como quien compra una sustancia ilegal. Los amigos nos llamamos por teléfono…¿conseguiste? ¿me mandas un poquito?. He desarrollado un olfato especial para seguir rastros de café recién colado. Practico la paciencia infinita sin pensar en pasado mañana, 100 gramos a la vez, la tasa a la que “controlo” café en una panadería, cuando la dueña se siente benevolente.

Dicen que la gente se acostumbra a todo. Es un pobre consuelo cuando el mundo se me pone chiquito y me muevo cada vez más liviana pero con creciente dificultad.
¿será la falta de café la gota que derrame la taza?...por ahora no…creo. Sigo en control.

jueves, 25 de junio de 2009

Sin esperanzas




Imagino que ya se habrán dado cuenta de que estoy deprimida. No me voy a poner aquí a detallar las razones (y menos aún las sinrazones) por las cuales lo estoy sino más bien describir algunos descubrimientos en este proceso. Estar deprimida me ha obligado a mirarme con lupa, y las lupas no son generosas con lo que muestran. De hecho hasta deforman un poco la “realidad”.
Mi tristeza me genera un monólogo interno constante que llega a ser fastidioso. Es como tener a una quejica llorona y miedosa metida adentro y no poder exorcizarla. La depresión se parece a un claustro monástico. Solo que Dios no existe o me ha abandonado, que al final es lo mismo. La depresión es atravesar el infierno, como ya lo dije antes. Y lo peor de todo es que la depresión genera culpa. En uno mismo y en los que nos rodean, cosa que no ayuda, por supuesto.
Lo bueno de haber tocado fondo y el fondo que yo he tocado es como de limo y no parece tener a su vez fondo sólido (me recuerda el fondo de una laguna en la que me bañé en alguna vida en el Delta del Orinoco), es que tuve que pedir ayuda. Y pedir ayuda me ha salvado. Ese instante de agarrar el teléfono, (al darme cuenta de que tengo semanas que no salgo, que no quiero ver a nadie y que miro la pantalla de la computadora como si me fuera a dar una respuesta), y llamar a mi amiga del alma y llorarle, moquearle y contarle lo que me pasa, me salva de la más pavorosa de las sensaciones de la depresión: la soledad. En ese acto que denota (diría Bryce Echenique) unas enormes ganas de vivir, conjura de golpe toda la soledad y la convierte en puente. Se rompe el pudor, que es el escudo de los deprimidos, y lo que sale es dolor puro. Y el diagnóstico, claro, ni lo necesito. Estoy deprimida. Mi amiga desde el otro lado del teléfono, me sirve de terapeuta, aunque es mucho más que eso. Es como mi hermana, esa que escogí en la vida. Un ser a quien me une un amor grandote y viejo. Hemos vivido muchas cosas juntas, incluso de lejos, pero siempre juntas.
Ahora, a pesar de Platón, mis mañanas tienen un color rosado intenso y comprimido. Que me perdone Marinoff. Que me disculpen la religión y todos los libros de autoayuda sobre el planeta. Me estoy reconciliando con el rosado, yo que siempre lo detesté por ser el resumen de un cliché.
Hay algo de entrega en mis mañanas de rosa. Mucho de humildad. Recupero poco a poco lo perdido. La sonrisa, el agua del mar en mi piel, el beso de mi amor, el sabor del chocolate, la risa de mis hijos, la luz de la mañana. El placer de lo cotidiano, la belleza de los tomates y hay como una iluminación. De pronto comprendo todo y sonrío. El mundo se convierte en oráculo y todo tiene sentido. Los libros me hablan o resuenan sus ecos dentro de mí y me señalan, sabios, mis heridas de mentira. Comprendo que vivir como loca esperanzada es mi perdición.
Vivir con esperanza me ha forzado a vivir en el futuro. El futuro es inasible, nunca llega. Siempre está más allá y la esperanza me ha mantenido andando en pos de él. ¡Que cansancio, carajo! El ahora se pierde en esa persecución y en la noche el vacío es enorme. Me da un poco de risa…el prozac me ha brindado la oportunidad de vivir el estado budista del eterno presente. Pegada en el instante que corre tengo la oportunidad de disfrutar. El tiempo pasa mas lento así. Por eso estoy practicando vivir sin esperanzas. Creo que ya no la necesito….eso espero…

viernes, 22 de mayo de 2009

Cara B



La tecnología tiene sus cosas buenas, pero también acarrea ciertas pérdidas. Los CD tienen un solo lado y extraño un poco el lado B (y otra vez Drexler me da la razón) de los discos de 45. Uno compraba esos discos porque determinada canción le gustaba y en vez de comprar un LP, de manera más expedita escogía la canción que quería escuchar. Pero resulta que esos disquitos negros, como de comiquita, tenían una cara B. De ese lado, inevitablemente unido a la A, había otra canción, de la cual nunca había escuchado ni el nombre. Casi siempre esa me gustaba más que la que había elegido inicialmente. Así, una estrategia de venta de las disqueras de rarezas musicales y rellenos poco probables me develó una cuestión filosófica. Del otro lado de la Cara A siempre hay una B y siempre es improbable, poco popular, rara, emocionante, misteriosa. Descubrí la otra cara de la vida, esa que me permite ser y que me ofrece una alternativa a lo que mastica la mayoría ciegamente. Así que prefiero vivir del lado B de la vida, aunque ya no existan los discos de vinil.

martes, 21 de abril de 2009

El amor y los tomates




Todos los días, al finalizar su jornada de construcción, Tadeo trae a casa una bolsa de hielo (o un vaso plástico) lleno de tomaticos silvestres. Este pequeño gesto cotidiano despierta en mí una avalancha de emociones, que parecen desproporcionadas si se miran objetivamente. Afortunadamente no siento la obligación de ser objetiva.
Los tomates son bellos y agradezco a Drexler su oda, pues refuerza esto que escribo. Estos en particular son pequeños munditos perfectos, rojos y pulidos cuyo resto de cordón umbilical verde despelucado resulta un toque de locura. Preñados de semillitas, estallan, no se cortan al contacto con el cuchillo, soltando una dulzura que sólo un tomate que crece por su cuenta y en perfecto desorden puede tener. Resulta asombroso el hecho de que estos tomaticos son mas grandes por dentro que por fuera.
Todos los días les hago fiesta a los tomates, los cocino en pericos y en Ratatouille, los pongo en ensaladas y en sándwiches, pero lo que más disfruto es el ritual de recibirlos, ponerlos en el colador metálico, sonreírles, lavarlos, quitarles su peluca verde y ponerlos en un bowl azul añil, que los hace ver simplemente hermosos. Y claro, en el proceso me como algunos y comer un tomate que crece en el terreno donde se construye nuestro hogar es la cosa más coherente y sencilla que he hecho en los últimos tiempos. Hincarle el diente a un tomate que la persona que amo y me ama recoge todos los días para llevarla a casa, desata placeres insospechados. Estalla dentro de mí una alegría redonda y perfecta, como el amor, como los tomates

martes, 7 de abril de 2009

atravesando el infierno




Atravesar el infierno con los ojos abiertos es como estar caminando en el ojo de un huracán, o por lo menos así lo imagino. Hay cierta calma allí. Todo vuela y se despedaza alrededor, se sabe que hay mucho ruido. Pero caminando allí, nada de eso importa. No sirven los aspavientos ni las angustias. Nada de eso es relevante. Hay un silencio falso, una quietud peligrosa y sobre todo mucha, mucha soledad.


La soledad de este viaje es abrumadora, pero absolutamente necesaria. No hay compañía posible en este infierno, porque está dentro de mi. En ese sentido difiero de Sartre. Y el viaje de la vida, el único viaje real que es el de viajar al centro de uno mismo, es un viaje solitario.

Lo bueno de atravesar el infierno con los ojos abiertos, es que los monstruos imaginarios (todos sabemos que esos son los peores) no aparecen. No es que los reales (si es que algo asi existe realmente) sean risibles, pero si los miras no hay sorpresas, no te toman por asalto.

La única protección posible en ese infierno es la humildad. No sirve la fuerza de voluntad, no sirve el combate, no sirve la razón. Después de todo, nada es importante a la luz de la propia mortalidad. A las puertas de la muerte (y de su otra cara, la vida) no hay certezas, no hay verdades no hay temores que valgan. Todo queda anulado en un momento binario: on/off. Así que este infierno, no es más que un tránsito que también pasará y del otro lado de la locura quizás se encuentre, quizás la cordura.

En este momento mi abuela agoniza ya al final de su vida del otro lado del mar, mi recién nacida sobrina recibe rayos UV con unos lentes coquetos que ella se empeña en quitarse en Cincinnati, mi hija peina colas de caballos en una granja de Macanao, mi esposo coloca amorosamente piedras en lo que será nuestro hogar, mi hijo patina skate en un lugar de Margarita que quiere parecer urbano, mi casera recoge piedras de su jardín y las bota en la basurera en un vano y desesperado intento de controlar el caos, yo tejo pedazos de oro, de plata sentada ante una Iglesia de quinientos años. ¿Qué sentido tiene todo esto? El único que yo le encuentro es que es bello. Gracias a la belleza ningún infierno es suficiente, ninguna muerte es definitiva, ningún instante es irrelevante. Gracias a la belleza, el ojo del huracán es una manifestación majestuosa y no solo infierno y caos.

martes, 24 de marzo de 2009

Hay días -épocas enteras-



Hay días en que soy extranjera en mi vida
en que el tiempo simplemente pasa
sin huellas
sin olor

hay días en que lo importante es improbable
lo urgente atropella sin pausa

hay días que el agua que corre por mi cuerpo
me duele
las ventanas de mirar hacia fuera
están ciegas
el silencio constante
me grita en el oído
en el que ser
es impreciso
inoportuno

hay días en que respirar es difícil
en que la sal me molesta en los ojos
en que mil kilómetros son infinitos
en que el mar es un abismo
sin fondo
un hoyo en el universo

hay días
en que sencillamente
quiero salir de mi cuerpo
dejar ese cascarón molesto
cerrar la puerta detrás de mi

y adiós.

viernes, 20 de marzo de 2009

historia de amor


él aceituna
ella mantequilla

ella fluida
él nervioso

él abraza
ella se refugia

él pregunta
ella sonríe

él acaricia
ella se derrite

ella lo mira
él la mira

él besa
ella se enciende

él penetra
ella envuelve

él se estremece
ella gime

ella canta
él danza

ella se conmueve
él se asombra

él promete
ella cree

ella observa
él duerme

él respira
ella suspira

ella adivina
él sueña

él duerme
ella se acurruca.