jueves, 14 de junio de 2007

Nocturno marino


Esa noche dormíamos, enredadas las piernas, cabeza con cabeza, las manos en las manos, cansados luego de un día de sol y playa. La falta de luz eléctrica nos llevó a la cama temprano, arrullados por el sonido del mar. Yo me levanté, pues el viento aullaba con fuerza, parecía estarme llamando. Salí de la casa sin despertarlo y me sumergí en el terciopelo de la noche, negra sin luna.
Me paré en un muro de piedra que había en la costa, abrí los brazos y la boca, cerré los ojos. Casi podía apoyarme del viento que me golpeaba de frente, no escuchaba nada sino el aire soplando a toda velocidad en mis orejas y las olas rompiendo con ganas a pocos metros de mí, dejando dentro de mi boca un poco de sal. Así estuve un rato, casi volando, cuando un ligero roce tibio me devolvió a la realidad. Una respiración en mi nuca, una humedad en mi oreja. Una mano firme en mi cintura, otra en mi pecho. Reconocí el olor de su aliento, las huellas de sus manos, pero no me volteé, solo me recosté de él, que me abrazaba por detrás besándome el cuello con toda la cara. Así estuvimos un rato, yo con los ojos cerrados y él acariciándome con suavidad y parsimonia. Me susurraba cosas en el oído, bajito, ininterrumpidamente como una catarata chiquita, no entendía las palabras, el viento se las llevaba rápidamente, pero su dulzura se me pegaba a las orejas. Me quitó la dormilona que tenía puesta, quedé desnuda. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, en parte por el viento que me daba frío y en parte por la anticipación. Sus manos dejaron su paseo azaroso y sin prisa y comenzaron una exploración más urgente, buscando, tocando, vibrando siguiendo el ritmo implacable de las olas rompiendo en la orilla. Las piernas dejaron de sostenerme, estaba anclada ahí entre el viento frío y su cuerpo tibio. Me sujetaba con firmeza, no me dejaba tocarlo ni voltearme, así que me dejé llevar. Una mano en mi cintura y la otra en mi hombro, me obligaron a inclinarme hacia delante. Su talón entre mis piernas, hizo una señal para que se abrieran. Sentí su sexo como un pez caliente entre mis nalgas, resbalando, buscando entrada. Me sujetaba por las caderas con fuerza y yo repetía el vaivén de las olas, como bailando. Mis senos temblaban, mi cabello volaba y las olas, las olas repetían y repetían su vaivén hipnótico en resonancia conmigo. El tiempo se convirtió en una espiral luminosa y conspiró con nosotros sumidos en esa danza al son del latido del universo. Luego la caída, el vértigo y el silencio palpitante. Cuando volví en mí, estaba acostada en la arena al pie de la muralla, completamente mojada y desnuda, salpicada de infinitas gotitas de agua de mar, dentro de las cuales nadaban pequeños granos de arena y sal. No encontré mi dormilona, seguramente habría volado. El no estaba.
Cuando volví a la casa, ahí estaba, tranquilo, desnudo sobre las sábanas, dormido, sin la más mínima señal de haber estado a la intemperie. Solo la sonrisa de gato satisfecho lo delató.

2 comentarios:

carla dijo...

siempre es un placer leerte, siempre estoy pendiente, siempre quedo con la boca abierta, besitos

susana dijo...

Diox que acalorada quede