martes, 7 de abril de 2009

atravesando el infierno




Atravesar el infierno con los ojos abiertos es como estar caminando en el ojo de un huracán, o por lo menos así lo imagino. Hay cierta calma allí. Todo vuela y se despedaza alrededor, se sabe que hay mucho ruido. Pero caminando allí, nada de eso importa. No sirven los aspavientos ni las angustias. Nada de eso es relevante. Hay un silencio falso, una quietud peligrosa y sobre todo mucha, mucha soledad.


La soledad de este viaje es abrumadora, pero absolutamente necesaria. No hay compañía posible en este infierno, porque está dentro de mi. En ese sentido difiero de Sartre. Y el viaje de la vida, el único viaje real que es el de viajar al centro de uno mismo, es un viaje solitario.

Lo bueno de atravesar el infierno con los ojos abiertos, es que los monstruos imaginarios (todos sabemos que esos son los peores) no aparecen. No es que los reales (si es que algo asi existe realmente) sean risibles, pero si los miras no hay sorpresas, no te toman por asalto.

La única protección posible en ese infierno es la humildad. No sirve la fuerza de voluntad, no sirve el combate, no sirve la razón. Después de todo, nada es importante a la luz de la propia mortalidad. A las puertas de la muerte (y de su otra cara, la vida) no hay certezas, no hay verdades no hay temores que valgan. Todo queda anulado en un momento binario: on/off. Así que este infierno, no es más que un tránsito que también pasará y del otro lado de la locura quizás se encuentre, quizás la cordura.

En este momento mi abuela agoniza ya al final de su vida del otro lado del mar, mi recién nacida sobrina recibe rayos UV con unos lentes coquetos que ella se empeña en quitarse en Cincinnati, mi hija peina colas de caballos en una granja de Macanao, mi esposo coloca amorosamente piedras en lo que será nuestro hogar, mi hijo patina skate en un lugar de Margarita que quiere parecer urbano, mi casera recoge piedras de su jardín y las bota en la basurera en un vano y desesperado intento de controlar el caos, yo tejo pedazos de oro, de plata sentada ante una Iglesia de quinientos años. ¿Qué sentido tiene todo esto? El único que yo le encuentro es que es bello. Gracias a la belleza ningún infierno es suficiente, ninguna muerte es definitiva, ningún instante es irrelevante. Gracias a la belleza, el ojo del huracán es una manifestación majestuosa y no solo infierno y caos.

1 comentario:

Tadeo dijo...

Pero aun así, Mi Bella, el ojo del huracán es ilusorio.
La ilusión la creamos, y rozamos la idea de que es real.
El peligro está en creerlo.
Atraviesa tu infierno en soledad, pero si una manota sin huellas digitales te hace falta no dudes en asirla.
Aquí está.
Te amo...