lunes, 29 de septiembre de 2008

Gringo pagado


En todas partes soy extranjera. Claro, mis orígenes contribuyen a este hecho. Y cuando la gente me pregunta de donde soy…suspiro y echo un cuento largo. Nací en Ithaca (a donde míticamente debo volver), NY, pero solo por casualidad. Mi papá trabajaba en Cornell University (y mi mamá lo acompañaba) cuando yo vine al mundo y por eso tengo un pasaporte azul que dice que yo soy U.S. Citizen. Pero no me salvo de los maltratos en la embajada norteamericana por ello, soy “citizen “de segunda categoría. O sea, no soy gringa pues, o lo soy pero no tanto.

Mi papá es tan venezolano como cualquiera cuya familia tenga más de 300 años en Venezuela o algo así. Venezolano endogámico, de esos que se casaron entre ellos hasta que casi hizo aparición el rabo de cochino de los Herrera. Caraqueño de pura cepa con algo de Valenciano pues mi abuela es de por allá. Así que soy venezolana también y así lo dice mi segundo pasaporte.

Mi mamá es de otro cuento: nacida en Estocolmo, contribuye en un 50% a la confusión genética y fenotípica que hace que yo no sea de ninguna parte y de todas a la vez. Tener una mamá sueca es como tener una mamá elfo, una especie de ser mítico, claro y muy muy extranjero, que además causa ciertas sonrisitas explícitas a causa de las famosísimas porno suecas.

Mi papá muerto de la risa, cuando aún consideraba la “extranjería” de mi mamá atractiva, solía decir que a los hermanitos Herrera-Nälsén se nos reconocía facilito en donde sea. En Venezuela porque éramos mas catiritos y suequitos que el promedio y en Suecia (donde vivimos un año) porque éramos los morenazos latinos de la cuadra. Todo es cuestión de punto de vista.

También recuerdo al respecto lo curioso que me parecía que en Mapire (un pueblito que según Julio Verne, está graciosamente inclinado sobre el Orinoco, en el Estado Anzoátegui) cualquiera que viniera de más lejos que Pariaguán, era gringo. Sin importar el color del pelo, ni de la piel, ni el acento inconfundiblemente venezolano (pero definitivamente no mapireño). Todos éramos gringos, sin importar que viajáramos el curiaras, cagáramos en letrinas, viviéramos en casa de bahareque y techo de moriche y comiéramos rayao frito como el que más. Eso solo nos hacía raros, pero gringos.

Mi hermana, que dicen que se parece a mí, también vivió una situación particular al respecto en la propia New York. Daba clases en el Bronx en una escuela “afroamericana”. Los gringuitos afroamericanos le tenían la vida hecha de cuadritos por ser gringa blanquiñosa (ella estaba ilegal en EEUU y sí, es muy blanquita y catirita). Ella no sabía que hacer y se desesperaba. Hasta que un día se arrechó y les echó una perorata en perfecto venezolano mandándolos todos al carajo. La cosa cambió inmediatamente, ella pasó a ser de otra minoría oprimida en EEUU, a ojos de los niños del Bronx , y la toleraban un poco más, pero no del todo pues seguía siendo demasiado blanca para ser latina.

Todo este cuento viene porque ahora vivo en La Asunción. Una pequeña ciudad (solo porque tiene título Real de ciudad, no porque lo sea realmente) bellísima y colonial que es la capital de la Isla de Margarita. En donde definitivamente todo el mundo es extranjero. Y claro, en Margarita hay muchísimos extranjeros. Hay franceses, italianos, chinos, suecos, holandeses, norteamericanos, canadienses, etc. buscando fortuna y sol. A los margariteños de pura cepa no les gusta mucho eso de que vengan de fuera a estropearles la isla y yo en parte les concedo la razón. Lo que sí les gusta, son sus dólares, pero ese es otro cuento.

En Margarita, los margariteños llaman “navegaos” a los venezolanos no margariteños que habitamos Margarita. Parece complicado pero no lo es. Finalmente todos nos acostumbramos a ser la espina en el zapato (más bien chancleta pues nadie en su sano juicio usa zapatos en Margarita) de los margariteños y ellos nos toleran con cierta intolerancia. El asunto es que La Asunción es particular al respecto. En la Asunción es más extremo el tema y todo el que no es de La Asunción es extranjero. Yo no había caído en cuenta de ello hasta que mandé a la lavar ropa a la lavandería UPA K´CHETE a una cuadra de la Plaza Bolívar. Conociendo las idiosincrasias locales (y las de todo el mundo) un poco, le pedí a mi venezolanísimo esposo Luis Guillermo (cuya madre es asuntina, por cierto) que llevara la carga de ropa sucia él, pues mi pelo y mi aspecto levantan inmediatas sospechas y me tratan como a una turista. Es decir, me cobran en dólares.

Él lleva la ropa, lo atienden amablemente, le dicen que la ropa va a tardar tres días en ser lavada. Cosas de los ritmos de la isla y lo espasmódico que es el servicio de agua. El miércoles siguiente buscamos la ropa, y nos horrorizamos por lo que nos cobraron (cosas de los inflación desquiciada que estamos viviendo, suponemos). En casa ya, cuando estoy sacando la ropa de las bolsas plásticas, veo unas etiquetitas pegadas a ellas. No puedo menos que arrancar a reír.
GRINGO
PAGADO
dicen en perfecto asuntino. Aquí no se salva nadie. Somos todos gringos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

JA JA JA JA JA JA HOLA GRINGA, UN GRAN ABRAZO DESDE TIERRA FIRME QUE LLAMAN... :)
CUANDO VIENEN ??? YA ME CONTARON QUE ESTE AÑO NO TOMEREMOS TERRACOTA EN ARTE BOSQUE :(
BESOS
mercedes oropeza