jueves, 17 de mayo de 2007

el sueño


Duerme apacible y profundamente. La observo allí, dolorosamente bella e inaccesible. Su cabello submarino flota sobre las sábanas y alrededor de su desnudez brillante. Sus labios sonríen alegrías ajenas a mí. Hace once años que duerme, hace once años que sueña y no despierta.
Todo comenzó una mañana como cualquier otra, ella durmió hasta más tarde que de costumbre. Siempre saltaba de la cama al amanecer totalmente lúcida y ágil. Me besaba cariñosa y juguetona y cuando yo finalmente lograba conectar mi cuerpo con mi cerebro, ya olía a café y los sonidos cotidianos inundaban la casa.
Aquella mañana desperté sobresaltado por el silencio y la inmovilidad. Ella estaba acostada a mi lado, bocarriba, despierta y quieta, con la mirada ausente de quien todavía saborea un sueño. Pensé que se sentía mal, ella me tranquilizó diciéndome que estaba pensando en algo que soñó. No quiso contarme el sueño. Estaba triste.
Desde aquella mañana comenzó a despertar cada día mas tarde. Había días en que no salía de la cama. Cuando lo hacía deambulaba ausente, pálida y llorosa. Todas sus actividades parecieron perder interés para ella, excepto dormir, soñar. Cuando dormía era completamente distinta, sonreía, tenía color en el rostro y su cuerpo tibio olía a mar, a sal. Parecía morir un poco todas las mañanas al despertar y revivir todas las noches al dormir.
Comencé a tener miedo, un miedo oscuro de que un día no despertara. Sentía que la perdía un poco todas las noches y no sabía que hacer. Todas las mañanas hacía esfuerzos ridículos por despertarla. Al principio dulcemente, con besos, caricias y llamándola suavemente al oído. Cuando me di cuenta de que resultaban infructuosos, recurrí a la brusquedad. La zarandeaba desesperado, le gritaba que despertara que no me dejara. Así logré despertarla alguna vez, pero entonces me sentía peor. Ella me miraba infinitamente triste y lejana. Se instalaba el frío entre nosotros, no lograba alcanzarla, mis manos y mis palabras no la rozaban siquiera. No volvió a hablarme. Me hundí en una tristeza pegajosa, sin entender.

Una noche tuve un sueño. Comencé a dormirme con la sensación de que me tomaban de la mano y me guiaban con suavidad. De pronto sentí que no tocaba el suelo, flotaba con facilidad y mis movimientos estaban retardados, lentos. Estaba debajo del agua. Dejé de sentir la mano que me guiaba, comencé buscarla girando sobre mi mismo y la encontré. Ella estaba allí, flotando desnuda debajo del agua como si fuera su elemento natural. Su cabello negrísimo flotaba fantasmal a su alrededor acariciando suavemente su cuerpo fosforescente. Su rostro, nunca lo había visto así, era una mezcla armoniosa de felicidad, éxtasis y serenidad. Estaba abstraída, ensimismada en su extraña danza submarina. Yo me acerqué y la tomé de la mano. Se detuvo bruscamente, abrió los ojos y me miró. Su mirada era suplicante. Me acarició el rostro.

Desperté súbitamente con el corazón desbocado. Estaba completamente empapado en sudor, ¿o era agua de mar?. A mi lado estaba ella, no se si despierta, pero con los ojos abiertos mirándome del mismo modo. La acaricié hasta que volvió a dormir.
Cuando amaneció no intenté despertarla. Desde entonces ella duerme y yo velo su sueño, insomne por once años. Todas las noches me siento a su lado y la observo dormir, bella, fosforescente y feliz. Completamente ajena a mí, sumergida en su sueño.

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