lunes, 28 de enero de 2008

Mala educación

Normalmente se pensaría (o por lo menos yo lo hacía) que con el pasar del tiempo, además de viejos nos “ponemos” conservadores. Claro esto es válido solo para aquellos que no son conservadores “de nacimiento”. Nada como la proximidad de la muerte (que en realidad siempre nos acompaña a la misma distancia desde que nacemos) como para que hasta el más librepensador, socialista, mente-abierta y loco, comience a pensar en los pecados, a tener miedos y remilgos y hasta se persigne de vez en cuando. O será como dice Luís Guillermo, pura flojera que da dar la batalla por cada pensamiento, se cansa uno. Y eso no tiene nada de malo. Solo me doy cuenta que mientras mas vieja me pongo mas empecinada soy y por lo tanto mas cansada también. Lo que me diferencia de la juventud es solo que ahora escojo mejor las luchas en las que adopto una posición beligerante. Una gran cantidad de veces, me río (o lloro) para mis adentros y lo dejo pasar. Una cuestión de tiempo disponible quizás. Cansancio puro, a lo mejor.

Y no voy a hablar de política ni de religión. Aunque me pican los dedos por hacerlo de vez en cuando. No lo hago porque mi posición al respecto es mía personal y como no tengo ninguna actividad (salvo votar o decidir no ir a la iglesia, y eso se decide y se hace íntimamente) en la que mi opinión tenga una posibilidad real de cambiar algo, prefiero que mi vida discurra en paz pensando lo que pienso y actuando en consecuencia sin dar demasiadas explicaciones. Estos temas, además se relacionan muy de cerca con las creencias y las creencias, como los actos de fe, me son cuesta arriba, no las entiendo del todo. Lo que me ocupa es la educación. Concretamente, y para no hablar por los demás, de la educación de mis hijos.

Recuerdo siempre los comentarios que me hacía mi ex-suegro (si es que esa figura existe), es decir, uno de los abuelos de mis hijos. El me decía que antes, criar muchachos era más fácil. Ellos tenían que obedecer y punto, y si no, un golpe bastaba para que se entendiera quien era el que mandaba. Los muchachos no hablaban en la mesa (mi abuelo materno también decía eso). Sostenía que yo hacía mal razonando tanto con ellos, los estaba malcriando, según él. Quizás tenía razón. Es mucho más fácil controlar a un muchacho que educarlo. Es más fácil soltar el golpe que dar una explicación (que probablemente tengas que repetir hasta que le salgan callos en los oídos). Es más fácil exigir, que dar.

La escuela de mis hijos es un vivo ejemplo de eso. Ellos estudian en una escuela privada (es decir yo les pago mensualmente el equivalente a un sueldo mínimo) que intenta todos los días que seamos nosotros los que hagamos su trabajo, supongo que así les sale mejor el negocio. Su idea de educación se parece más al adoctrinamiento religioso, o a la domesticación de animales que al objetivo de que el niño aprenda (y disfrute haciéndolo) cosas que le van a ser útiles para vivir la vida. Y yo estudié en un colegio muy similar, solo que dimensiones infinitamente superiores (por el tamaño, que no estoy haciendo valoraciones de calidad). Era un colegio enorme de 45 niños por aula y cinco aulas por nivel. Estudiaba además con hijos de ministros y eso me ponía el rasero social (léase económico) muy alto. Siempre fui la rara. Mis hijos son raros también. De tal palo tal astilla.

No entiendo por ejemplo, que en pleno siglo veintiuno, sigan exigiéndoles a los niños que parezcan “hombrecitos”, es decir que tengan el pelo corto y jueguen juegos de niños. Y a las niñas que se arreglen pero poquito, se les permite reflejos en el pelo, brillo en las uñas, tres pulseras y un collar, pero no más. Tienen que parecen mujercitas, pero no hay que exagerar. Que en Margarita, que hace un calor horroroso, se imponga a las niñas “mayorcitas” un pantalón de plástico (esos de cajera de banco) con tachones y amplios para que “no se les vea la forma del cuerpo” (y eso es una cita literal). Lo mas increíble es que también tienen que llevar medias blancas hasta la rodilla para que cuando se sientan no se les vea un centímetro de piel que genere malos pensamientos. Y zapatos negros hasta por dentro, para que no se les escape ni un ápice de luz. La regla llega tan lejos como para impedir que un niño haga uso de su derecho (humano) de estudiar por no parecer un estudiante de ese colegio en particular. A mi me da entre risa y ganas de llorar la cosa. Entiendo el esqueleto del razonamiento que conlleva a esas reglas. La adolescencia es una etapa terrible. Los niños hacen competencia con la ropa y se miden por las marcas y costos de los accesorios que llevan un poco copiados de las películas gringas esa en que las niñas populares son porristas y catiras y los muchachos bellos futbolistas. Los estudiosos son “nerds” y rechazados. Pero llevar las reglas hasta ese extremo le otorga una excesiva importancia a la apariencia. Mucho al Este ya es el Oeste diría Tadeo. La vida monacal para controlar el pecado. Lo reitero, es mucho mas fácil imponerse que educar. Reglamentar que dialogar. Después de todo, las reglas, así como las leyes sirven sólo para obligar a la gente a hacer las cosas “bien”. Es una cuestión de forma y no de fondo, lo cual, en mi opinión se opone directamente a los objetivos de la educación (al menos los objetivos que tengo yo en mi cabeza). ¿Amaestramos pulgas o enseñamos ética a los niños?

Es increíble, por ejemplo, que en ese colegio se considere un deber de los niños, inspirar y motivar a los profesores, pues ellos dedican sus vidas a soportar los desmanes de una horda de adolescentes inquietos. Yo, en mi infinita ingenuidad, entendía que era al revés. La matemática no es divertida así nada más, es el profesor el que puede hacerla divertida usando estrategias que yo, inocentemente creo que estudió en la universidad. Si el niño no entiende la matemática es definitivamente, según el colegio, culpa directa del niño (por no poner atención o por bruto) e indirectamente de sus representantes (por no practicar matemáticas a las nueve de la noche con ellos o porque no saben matemáticas, por irresponsables), nunca del maestro que no sabe llegar de diferentes maneras a sus alumnos y hacerlos entender, que en definitiva si es su trabajo. La ley de educación que obliga al maestro a repetir un examen si mas del 50% está aplazado, es una vil violación a los derechos del maestro, pobrecito, que tiene que repetir un examen solo porque los niños son flojos o hacen conflagraciones en contra suya para hacerlo trabajar de más. O peor aún, es un atentado contra la economía de los dueños del colegio, pues tienen que ingeniárselas para no pagar horas extras para rehacer los exámenes que los chicos, con tan mala intención decidieron no pasar.

Es también dolorosamente inquietante que los niños sean promediados y se les exija un mínimo de rendimiento (que deciden ellos), que invariablemente requiere que uno firme un “acta compromiso” en el que necesariamente (y explícitamente) los estudiantes requieran profesores fuera de las horas de clases: lo que llaman “clases especiales”. Es decir, uno paga un colegio que no puede enseñarle a sus hijos lo que los profesores particulares (a los que tambien hay que pagar) si pueden. Lo miran a uno con desdén cuando uno se conforma con que el niño sea “promedio” y defienda su felicidad por encima de un futuro promisorio como abogado de la República y hacen que uno firme de nuevo un acta compromiso en la cual consta que uno no quiere que su hijo haga tarea hasta las nueve de la noche, porque (hippie y loco somos) deseamos que los niños tenga un rato para estar en familia, jugar, bañarse y comer.

Es común también, que cualquier desviación de lo que los educadores consideran un comportamiento adecuado, sea tildada de criminal y “malandricen” con una facilidad horrorosa a los chamos. Eso viola cualquier tratado de Programación Neurolinguística y en todo caso, solo me parece que estimula a los chamos a comportarse según las etiquetas que los mismos profesores les endilgan.

Es un trabajo interminable. Los niños llegan del colegio (que yo pago, repito) a desmontar pieza por pieza lo que durante el día fue impartido como educación. A tapar los huecos que constantemente dejan abiertos y enseñarles cosas que creía que aprenderían. Yo diría que deseducar a mis hijos, es mi principal labor y lo mas triste es que pago por que los eduquen. Y sueño con una educación abierta, bonita, divertida, realmente formativa, no competitiva, respetuosa de las diferencias y con la mayor libertad posible. Una educación que realmente sirva para vivir y para hacer del mundo un sitio mejor. Soñando vivimos. Soñando y haciendo lo mejor que se puede. ¿Verdad?
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